Mejor es la sabiduría que la fuerza, aunque la ciencia del
pobre sea menospreciada, y no sean escuchadas sus palabras. Eclesiastés 9:16
Cristo Jesús… estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Filipenses 2:5-8
Cristo Jesús… estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Filipenses 2:5-8
«La razón
del más fuerte siempre es la mejor», escribió La Fontaine en su fábula «El lobo
y el cordero». Podemos constatar que tenía mucha razón, y nuestro siglo no
escapa a esta regla. Sin hablar del terrorismo que quiere que sus ideas triunfen
mediante la violencia, nuestro mundo está totalmente gobernado por la fuerza.
Los más fuertes o los más numerosos imponen sus leyes. En la sociedad actual,
débiles y vencidos a menudo son oprimidos.
¡Qué contraste con Jesucristo!
Cuando estaba en la tierra sólo manifestó dulzura y humildad; no impuso sus
enseñanzas. Tenía un poder infinito, sin embargo sólo lo empleó para aliviar y
sanar a todos los que venían a él.
Incluso cuando fueron a buscarlo con espadas
y palos, no mostró resistencia; aceptó ser crucificado para salvar a los que
estaban perdidos.
La Biblia declara: “Fue crucificado en debilidad” (2 Corintios 13:4).
Pero “Dios… le resucitó de los muertos y le ha dado gloria para
que vuestra fe y esperanza sean en Dios” (1 Pedro 1:21).
A la aparente razón del
más fuerte, él respondió mediante la razón del amor.
Aún hoy Dios no impone
nada al hombre, sino que en su bondad le insta a que se arrepienta y reciba el
perdón de sus pecados, porque Jesucristo murió para expiarlos. No hay mayor
pecado ante Dios que despreciar la humildad y el amor de su Hijo.
FUENTE: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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