Tuyo es el brazo potente; fuerte es tu mano, exaltada tu
diestra. Salmo 89:13
La salvación es del Señor. Jonás 2:9
La salvación es del Señor. Jonás 2:9
28 de abril
de 1988. Un avión con 90 pasajeros y cinco miembros de la tripulación estaba a
menos de 43 km de su destino: la isla hawaiana de Maui.
De repente se oyó un ruido ensordecedor: la parte superior de la cabina se había desprendido a más de 7.000 metros de altura. Ante una muerte inminente, muchos pasajeros gritaron de miedo y otros clamaron a Dios… Se lee que un pasajero pensó: «Mi vida no está en orden, no estoy listo para morir».
Treinta minutos después ocurrió el milagro. El piloto R. Schornstheimer logró aterrizar el avión. El balance fue: una azafata desapareció en el aire, 65 personas fueron heridas, de ellos 8 gravemente. Los demás pasajeros, aliviados, se abrazaron. Algunos lloraban de alegría y otros daban gritos de júbilo. «¡Tuvimos suerte!», exclamaron varios. Pero, ¡qué extraño! ¿Quién pensaba ahora en Dios? El piloto, quien seguidamente pudo declarar en la rueda de prensa: «La mano de Dios guió el avión».
Cuando hay catástrofes, cuando el peligro está presente, los hombres claman a Dios. Si el resultado es favorable, a menudo hablan de suerte o de azar. Dios es olvidado. Pero si ocurre una tragedia, inmediatamente acusan a Dios: «¿Cómo pudo Dios permitir eso? ¿Y usted le llama Dios de amor?».
«La mano de Dios guió el avión», dijo el piloto. No se atribuyó el mérito del aterrizaje, pues sabía que Dios le había ayudado a realizar esa hazaña. ¿Sabe que ese gran Dios le conoce personalmente? Él le ama, por ello dio a su Hijo Jesucristo para salvarle. ¿Desea ir a él y decirle: «Gracias por haberme salvado»?
De repente se oyó un ruido ensordecedor: la parte superior de la cabina se había desprendido a más de 7.000 metros de altura. Ante una muerte inminente, muchos pasajeros gritaron de miedo y otros clamaron a Dios… Se lee que un pasajero pensó: «Mi vida no está en orden, no estoy listo para morir».
Treinta minutos después ocurrió el milagro. El piloto R. Schornstheimer logró aterrizar el avión. El balance fue: una azafata desapareció en el aire, 65 personas fueron heridas, de ellos 8 gravemente. Los demás pasajeros, aliviados, se abrazaron. Algunos lloraban de alegría y otros daban gritos de júbilo. «¡Tuvimos suerte!», exclamaron varios. Pero, ¡qué extraño! ¿Quién pensaba ahora en Dios? El piloto, quien seguidamente pudo declarar en la rueda de prensa: «La mano de Dios guió el avión».
Cuando hay catástrofes, cuando el peligro está presente, los hombres claman a Dios. Si el resultado es favorable, a menudo hablan de suerte o de azar. Dios es olvidado. Pero si ocurre una tragedia, inmediatamente acusan a Dios: «¿Cómo pudo Dios permitir eso? ¿Y usted le llama Dios de amor?».
«La mano de Dios guió el avión», dijo el piloto. No se atribuyó el mérito del aterrizaje, pues sabía que Dios le había ayudado a realizar esa hazaña. ¿Sabe que ese gran Dios le conoce personalmente? Él le ama, por ello dio a su Hijo Jesucristo para salvarle. ¿Desea ir a él y decirle: «Gracias por haberme salvado»?
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