Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es
atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a
luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.
«Cuando era
pequeño me gustaba deslizarme por pendientes muy empinadas en grandes manojos de
hojas de platanero. En la cima, sentado en ese trineo improvisado, daba un
pequeño impulso y… ¡Zas, descendía en segundos!
¡La sensación era maravillosa!
No tenía que hacer ningún esfuerzo. En cambio, el ascenso era duro, y las hojas
de platanero pesadas.
»En la vida, por lo general es muy fácil descender
espiritualmente. Pero, ¿cómo subir? Siendo niño me uní a unos creyentes; esto me
hizo mucho bien durante algún tiempo, pero cuando comprendí que debía someter mi
vida a Dios, preferí seguir mi propio camino. Entonces me deslicé cada vez más
lejos de Dios, incluso hasta llegar a dudar de su existencia.
»Cuando tenía
diecinueve años, muchas personas se convirtieron a Jesús en Rukungiri (Uganda),
la ciudad donde yo vivía. Su entusiasmo me irritaba, pero al mismo tiempo sentía
un gran vacío interior. Un día vi a uno de mis amigos que se me acercaba en
bicicleta por la carretera polvorienta. Me sorprendió ver su rostro totalmente
iluminado por la alegría. Se detuvo cerca de mí y exclamó sin aliento:
–¡Festo,
hace tres horas que Jesús vino a ser una realidad en mi vida! ¡Recibí el perdón
de mis pecados! Y continuó:
–¡Por favor, amigo mío, te pido que me perdones! Y
me relató tres veces en las que me había hecho daño.
–Lo siento, Festo, ya no
quiero vivir de esta manera. ¡Lo que Jesús me dio es mucho mejor!»
(continuará)
(continuará)
FUENTE:© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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