(El ángel) dijo a
las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el
que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid,
ved el lugar donde fue puesto el Señor. Mateo 28:5-6
Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos. 1 Corintios 15:20
“Vi una luz del cielo
que sobrepasa el resplandor del sol” (Hechos 26:13).
Fue lo que vio Saulo de Tarso cuando Jesús lo detuvo en el camino a Damasco.
Esa luz
era el reflejo de la gloria divina de Jesús, el Hijo de Dios. Sin
embargo, cuando Jesús vino entre los hombres, no apareció en la majestad
de su gloria, sino que la ocultó bajo los rasgos de su humanidad. No
nació en una capital, sino en una pequeña aldea. No vivió en un palacio,
ni siempre en una casa, hasta no tuvo “donde recostar su cabeza” (Mateo 8:20).
Finalmente, después de haber trabajado como artesano y después
de tres años pasados en hacer el bien públicamente sin buscar la
popularidad, Jesús murió crucificado.
Cuando se hallaba clavado en la cruz, los que pasaban delante de él le insultaban y le desafiaban a que bajara de ella. Pero Jesús no utilizó su poder divino para liberarse. Murió por amor a nosotros. Dos de sus amigos bajaron su cuerpo de la cruz y lo depositaron en una tumba. Todas las esperanzas que sus discípulos habían puesto en él parecían aniquiladas.
Pero al amanecer del tercer día, Jesús resucitó. Lo que parecía un fracaso total, al contrario era la más grande victoria, la del amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte. Esto es lo que creemos, los que somos cristianos. Somos convencidos de que él es el Hijo de Dios, porque venció la muerte, y podemos dar testimonio de que Jesús es un Salvador viviente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario