Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Juan 11:25
El Profesor A. Lamorte escribió: «Ante el siniestro e ineluctable epílogo de esta vida terrenal, la rebelión llega al corazón de los más incrédulos.
El hombre siente que no fue creado para morir, que la muerte es un contrasentido. Su inteligencia y su corazón claman no sólo por una supervivencia, sino por una vida mejor que la que se vive aquí en la tierra. Sin embargo, ¿dónde hallar la certeza y las condiciones de esa vida que triunfa para siempre sobre el sufrimiento y la muerte?
Ningún filósofo, ni en la antigüedad ni en los tiempos modernos, ningún moralista ni ningún fundador de religión pudo dar una respuesta. Todos nos abandonan a esta sombría perspectiva: «Después de la muerte se acaba todo». Pero si nuestro organismo físico-químico tiene que acabar su carrera en el polvo de la tierra, tenemos un alma que siempre lleva el recuerdo de su origen divino. Y esta alma tiene sed de una vida eterna.
¿Quién mitigará esta sed?
Sólo Cristo puede hacerlo y mostrarnos el camino de la vida eterna. La tumba donde fue puesto su cuerpo estaba vacía la mañana de Pascua, porque resucitó.
Confucio murió, Buda murió y Mahoma murió… Sólo Cristo venció a la muerte. Su resurrección es la prueba de la vida eterna para todos los que creen en él, los que acepten ser purificados de sus pecados por medio de la sangre de Jesucristo. Para los demás está reservado el juicio.
¡Cuán necesario es ponernos lo antes posible del lado de Cristo, para compartir un día su gloriosa resurrección!».
FUENTE: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)El hombre siente que no fue creado para morir, que la muerte es un contrasentido. Su inteligencia y su corazón claman no sólo por una supervivencia, sino por una vida mejor que la que se vive aquí en la tierra. Sin embargo, ¿dónde hallar la certeza y las condiciones de esa vida que triunfa para siempre sobre el sufrimiento y la muerte?
Ningún filósofo, ni en la antigüedad ni en los tiempos modernos, ningún moralista ni ningún fundador de religión pudo dar una respuesta. Todos nos abandonan a esta sombría perspectiva: «Después de la muerte se acaba todo». Pero si nuestro organismo físico-químico tiene que acabar su carrera en el polvo de la tierra, tenemos un alma que siempre lleva el recuerdo de su origen divino. Y esta alma tiene sed de una vida eterna.
¿Quién mitigará esta sed?
Sólo Cristo puede hacerlo y mostrarnos el camino de la vida eterna. La tumba donde fue puesto su cuerpo estaba vacía la mañana de Pascua, porque resucitó.
Confucio murió, Buda murió y Mahoma murió… Sólo Cristo venció a la muerte. Su resurrección es la prueba de la vida eterna para todos los que creen en él, los que acepten ser purificados de sus pecados por medio de la sangre de Jesucristo. Para los demás está reservado el juicio.
¡Cuán necesario es ponernos lo antes posible del lado de Cristo, para compartir un día su gloriosa resurrección!».
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