Por tanto, amados míos, huid de la idolatría. Como a sensatos os hablo; juzgad vosotros lo que dijo. 1 Corintios 10:14-15
Hoy
en día el entusiasmo por la competición deportiva de alto nivel ha
tomado proporciones sorprendentes.
Multitudes rinden un verdadero culto a ciertos deportes, como el fútbol o el tenis. Los mejores deportistas son celebrados como nuevos dioses. Se observan comportamientos casi histéricos cuando uno de esos ídolos da en el blanco o gana un partido.
En ese culto, el dinero desempeña un papel importante. Más allá de las culturas, de los pueblos y de sus diferencias, esos ídolos son mundiales. Las empresas comerciales los asocian a sus campañas publicitarias para vender mejor sus productos.
Es un fenómeno de nuestra sociedad: Las iglesias se vacían y los estadios se llenan. Sin embargo, este culto rendido a los dioses del estadio no compromete profundamente a sus adeptos. Fácilmente cambian de ídolo si sus hazañas disminuyen. Esto corresponde a la inestabilidad que aqueja a los hombres de hoy. Las estrellas pasan y desaparecen con su gloria, para ser pronto olvidadas y reemplazadas por otras.
Lo que Jesucristo propone no es una emoción artificial y efímera, sino una paz profunda y duradera. Contrariamente a la confianza que las multitudes ponen en atletas renombrados, a menudo alejados de ellas, la fe del creyente lo induce a vivir en la proximidad de su Salvador y a asemejarse a él.
Ya no es la admiración de un día, sino una fe sólida con consecuencias eternas.
Fuente: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)Multitudes rinden un verdadero culto a ciertos deportes, como el fútbol o el tenis. Los mejores deportistas son celebrados como nuevos dioses. Se observan comportamientos casi histéricos cuando uno de esos ídolos da en el blanco o gana un partido.
En ese culto, el dinero desempeña un papel importante. Más allá de las culturas, de los pueblos y de sus diferencias, esos ídolos son mundiales. Las empresas comerciales los asocian a sus campañas publicitarias para vender mejor sus productos.
Es un fenómeno de nuestra sociedad: Las iglesias se vacían y los estadios se llenan. Sin embargo, este culto rendido a los dioses del estadio no compromete profundamente a sus adeptos. Fácilmente cambian de ídolo si sus hazañas disminuyen. Esto corresponde a la inestabilidad que aqueja a los hombres de hoy. Las estrellas pasan y desaparecen con su gloria, para ser pronto olvidadas y reemplazadas por otras.
Lo que Jesucristo propone no es una emoción artificial y efímera, sino una paz profunda y duradera. Contrariamente a la confianza que las multitudes ponen en atletas renombrados, a menudo alejados de ellas, la fe del creyente lo induce a vivir en la proximidad de su Salvador y a asemejarse a él.
Ya no es la admiración de un día, sino una fe sólida con consecuencias eternas.
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