Despiértate, tú que duermes. Efesios 5:14
No me gusta
el tono estridente de mi despertador porque interrumpe mi sueño y me indica que
me espera un día de trabajo. A menudo quisiera detener ese sonido intempestivo y
volverme a dormir.
O lo dejo sonar y escondo la cabeza bajo la almohada para no
escucharlo.
Esto me hace pensar en la actitud de muchas personas respecto al
Evangelio. Prefieren permanecer en su entorpecimiento y cierran sus oídos a los
llamados de gracia que los invitan al arrepentimiento.
Algunas veces también, cuando mi despertador suena, me quedo un cuarto de hora más en la cama, esperando recuperar después el tiempo perdido. Así, muchos posponen la cuestión de su relación con Dios. Prefieren permanecer en un sueño espiritual, en una vida sin Dios. Posponen el momento de poner en regla la cuestión de los pecados que los separan de Dios.
No levantarme cuando suena el despertador puede tener consecuencias irreparables, según el caso. Pero descuidar de forma repetida los llamados de Dios que me invitan al arrepentimiento es sumamente trágico y compromete mi futuro eterno.
Las melodías de los despertadores de hoy, más o menos agradables, tienen la misma función de despertarnos. El Evangelio también.
¡Apresúrese a recibir la gracia de Dios y la vida eterna!
¿Escuchará la voz de Dios o seguirá durmiendo? Y si Dios permite una
circunstancia que perturbe de forma desagradable su vida, ¿no será un llamado a
despertarse de su sueño espiritual?
Fuente: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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