Celebramos en estos días la fiesta de la
Navidad. En una sociedad laica y plural, hay muchos modos de celebrarla.
Quienes firmamos este escrito somos un grupo de personas cristianas de base.
Vamos a celebrar el nacimiento de Jesús, que es Él mismo Buena Noticia porque
con sus palabras y sus obras nos abre el horizonte de otro mundo distinto y
posible. La Navidad es para nosotros motivo de especial alegría, pero también
de honda preocupación por el momento de emergencia social en que estamos.
No se trata sólo de una crisis del sistema
económico-financiero que está castigando a los más desfavorecidos y
tambalea los fundamentos de nuestras frágiles democracias, sino de una
crisis de civilización y de humanidad. Se están imponiendo, sin ninguna
participación democrática, soluciones económicas y políticas que sólo pretenden
salvar el sistema y los intereses de una minoría que acumula riqueza, sin tener
en cuenta la prioridad de los seres humanos y el cuidado del planeta.
Las víctimas de esta situación están en
nuestra propia casa o muy cerca de ella porque viven en nuestras familias,
pueblos y ciudades; y muy cerca también porque, en un mundo globalizado, nos
podemos acercar a los países empobrecidos de manera inmediata a través de las
tecnologías de comunicación.
Salvando las distancias, hay un paralelismo
entre la situación actual y la que se vivía cuando nació Jesús. Tampoco
entonces el poder político (el Imperio Romano) ni el poder religioso (el
Templo) atendían el sufrimiento de los desheredados y marginados. Y en ese
contexto Jesús, que no era un sacerdote, ni un hombre del templo, coloca a
todos los sufrientes como especial objetivo de su acción profética y sanadora.
Y nos habla de un Dios que nos trae la salvación, es decir, la plena
realización de las personas; pero un Dios que no puede cambiar el mundo sin
nuestra actuación y sin que nosotros cambiemos también.
Escuchando a Jesús nos sentimos llamados a
revisar nuestra actitud frente al dinero. Él nos dijo “No podéis servir a Dios
y al dinero”. El sistema en que vivimos nos ha hecho esclavos del ansia de
acumular. Pero la actividad humana no debe tener como objetivo alcanzar más
productividad o más consumo. Nuestros bienes, incluso los adquiridos
honradamente, no nos pertenecen en exclusiva si hay seres humanos pasando
necesidad. Es preciso que nuestra relación con el dinero se traduzca en un
consumo responsable que a nadie excluya de un modo de vida digno y sea
sostenible para el planeta. Invitamos a una austeridad de vida para compartir
trabajo y recursos en vez de acumular. Reclamamos, a la par, a los gobernantes
la regulación de la actual dinámica financiera, hoy desvinculada de las
necesidades reales y acuciantes, y una buena política que atienda al empleo y
al bien común; la creación de una banca pública que propicie la inversión; la
desaparición de los paraísos fiscales y del fraude; la modificación de unas
leyes hipotecarias abusivas; la reforma con equidad del sistema tributario;
y la renuncia por parte de la Iglesia Católica a cualquier privilegio o trato
de favor por parte del Estado. También pedimos austeridad en las inversiones y
gasto público, que deben tender al bien de la mayoría, a reforzar los servicios
públicos y a la cooperación entre comunidades y pueblos. Y no podemos aceptar
que se impongan, de manera despótica y sin ninguna participación democrática,
medidas que producen desempleo, desahucios de viviendas, pobreza y exclusión
crecientes.
Leyendo en el evangelio “sed compasivos, como
vuestro Padre es compasivo” nos proponemos recuperar la actitud vital más
marcada de Jesús, que fue siempre su forma compasiva de mirar a lo seres
humanos, sobre todo a los maltratados por la vida y por la injusticia de los
poderosos. Hablamos de una compasión que, además de atender a personas
concretas, frágiles, enfermas o dependientes, reclama justicia en nuestra
práctica política, económica, social y cultural. Lejos de encerrarnos en
nuestro propio bienestar nos sentimos llamados a hacernos cargo, cargar y
encargarnos de lo que les pasa a lo otros, sobre todo a los más débiles y
pobres, a practicar una ética de la fragilidad y del cuidado. La autoridad de
los que sufren es la gran interpelación que Jesús hace a quienes pretendemos
ser sus seguidores y a la Humanidad entera, a creyentes de cualquier fe, a
agnósticos y ateos. El sufrimiento de las personas debe ser tomado en serio.
Las primeras noticias sobre el nacimiento de
Jesús “que trae esperanza para todo el pueblo” las tuvieron mujeres y
pastores, gente sencilla y nada poderosa. Esa esperanza de que las cosas pueden
cambiar, lejos de cualquier discurso catastrofista y de quienes sostienen que
no hay alternativas, la queremos compartir con toda la gente, cristiana o no, que
pone su vida al servicio de los demás y de la causa de la nueva humanidad.
Para todos, ¡Feliz Navidad! Eguberrion!
Firmado por Roberto Oiz, Alicia
Martinicorena, Javier Pagola, Maribel Riega y 166 firmas más.
PAMPLONA, 18 de diciembre
de 2012Cortesía de <Nèstor Idolberto Rocco>
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