–¡Oh!, me
decía un compañero de trabajo en tono burlón, ¡ayudas a otros para hacer buenas
obras y así ganarte el paraíso!
–Estás equivocado, no intento ganar el paraíso, pues es un regalo de Dios.
–Entonces es muy fácil, ¡todo el mundo irá allá!
–Si te regalo algo y lo rechazas, no lo tendrás. De la misma manera, Dios te ofrece la entrada al paraíso, pero si lo rechazas, no irás.
Muchos de los que rehúsan ir a Dios se imaginan que él es exigente. Ven la fe simplemente como una religión cuyos reglamentos obstaculizarán su libertad. Pero el mensaje del Evangelio es completamente distinto.
Nuestro Señor
es el Dios de amor y de perdón, un Dios que da. “De tal manera amó Dios al
mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no
se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Se dice que este versículo es el
resumen del Evangelio. Nos habla del amor de Dios, un amor gratuito, que no
excluye a nadie, pero que cada uno debe recibir personalmente.
Dios no fuerza a nadie a aceptar el don de su Hijo unigénito. Ningún creyente fue obligado a creer. La fe es la respuesta a la oferta de Dios. Recibir el don de Dios depende de usted. ¿Qué exige él a cambio? Nada.
En los evangelios nunca vemos que Jesús
haya exigido algo a quienes sanó. Aún hoy Jesús salva a todo el que le recibe.
Él pagó el precio en la cruz.
¡Gracias a Dios por su don inefable!. 2 Corintios 9:15
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