Jesús
compara nuestra vida con una casa cuyo propietario es él y nosotros
somos sus inquilinos.
Por lo tanto, cuando estamos en nuestra casa,
realmente estamos en la suya.
Hemos amueblado nuestra vivienda según
nuestras conveniencias y gustos; hemos organizado nuestra vida, nuestros
proyectos… en otras palabras, nos hemos instalado. Él, el Salvador,
todavía está fuera, a la puerta. Está ahí quizá desde hace mucho tiempo,
y podría seguir ahí todavía durante mucho tiempo, porque es paciente.
¿Lo dejaremos entrar? ¿Le abriremos la puerta?
Ahí está el asunto.
Nosotros tenemos la llave; está por la parte de adentro. Él está al
exterior; llama y espera.
Jesucristo se presenta ante nosotros, por lo tanto debemos tomar una decisión.
¿Formamos parte de los que no abren, de los que dicen:
«Abriré más tarde»? ¿O somos de los que deciden abrir sin tardar?
Preguntémonos
de qué lado de la puerta se halla Jesús:
¿Adentro o afuera? ¿Está al
exterior o al interior de nuestra vida?
Toda nuestra vida cambia si Él
vive en nosotros. Así que, si aún no lo ha hecho, ábrale ahora mismo.
Entonces entrará, y con él vendrá esa verdadera felicidad que no depende de las circunstancias de la vida, y que quizás usted busca desde hace tanto tiempo.
“Vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
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