Podemos
orar en cualquier lugar. Tengo la costumbre de orar en el metro,
primeramente por todos esos desconocidos, pero conocidos por Dios, que
me rodean. Y si el trayecto es largo, leo un pasaje en mi Biblia de
bolsillo.
Cierto día estaba leyendo mi Biblia cuando mi vecina, una joven, me dijo: «Si leyese en voz alta yo también podría aprovechar la lectura». Un poco sorprendida por este comentario, le leí el final de mi capítulo. Después de un breve diálogo nos separó la llegada a la estación de destino.
Siempre me había parecido que yo era la única persona en el metro que buscaba la compañía del Señor. Pero durante el trayecto de ida me había preguntado si realmente no había otras personas orando allí. Dudaba de que obtuviera una respuesta, pero en el viaje de regreso recibí este aliento.
La oración, dijo alguien, es la respiración del alma. Ahora bien, la respiración es una función vital y automática que se ejerce de forma permanente, estemos donde estemos. Y si el aire del metro no parece particularmente favorable para nuestros pulmones, en cambio, nuestra alma puede respirar el aire del cielo. ¡Aprovechemos para hacerlo en toda ocasión!
“Orad sin cesar. Dad gracias en todo” (1 Tesalonicenses 5:17-18).
“Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres” (1 Timoteo 2:1).
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