(Jesús dijo a sus discípulos:) No os dejaré huérfanos… El
Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os
enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.
Juan 14:18, 26.
Edificaré mi iglesia… Mateo 16:18
Edificaré mi iglesia… Mateo 16:18
En Jerusalén, aquel domingo
por la mañana, día de Pentecostés, 50 días después de la resurrección de
Jesucristo, muchos judíos piadosos, originarios de diferentes naciones, se
encontraban para celebrar esta fiesta solemne (Levítico 23).
Los discípulos
estaban reunidos en una casa. Desde que Jesús había sido alzado al cielo, ellos
estaban llenos de gozo, alababan y bendecían a Dios en el templo (Lucas 24:53),
perseveraban en la oración.
También esperaban el cumplimiento de la promesa de
Jesús: que les enviaría el Espíritu Santo (Juan 16:7). Esa mañana dicha promesa
se cumplió: “Fueron todos llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2:4).
Ese día 3.000 personas recibieron la Palabra de Dios y fueron bautizadas.
¡La Iglesia
acababa de nacer!
La primera manifestación del poder del Espíritu Santo
permitió a los discípulos anunciar “las maravillas de Dios” (Hechos 2:11) en los
diferentes idiomas de las personas que estaban reunidas (Hechos 2:8-11).
El
auditorio estaba atónito preguntándose qué quería decir eso. Entonces el apóstol
Pedro les recordó la crucifixión de Cristo, su resurrección y su ascensión al
cielo junto a Dios. Su mensaje alcanzó el corazón de muchas personas, las cuales
preguntaron qué debían hacer. Pedro les dijo que tenían que arrepentirse, es
decir, reconocer que Jesús había muerto por sus pecados, aceptarlo como su
Salvador y ser bautizados en el nombre de Jesucristo. De este modo recibirían el
Espíritu Santo.
Ese día 3.000 personas recibieron la Palabra de Dios y fueron bautizadas.
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