martes, 4 de junio de 2013

No es culpa mía

No hay justo, ni aun uno… No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.
Romanos 3:10-12Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios. 1 Pedro 3:18
 
 
Dos hombres discutían en el andén de una estación de tren. El primero, bastante mayor, parecía muy irritado. El otro, más joven, gesticulaba para apoyar sus explicaciones.
–¡En todo caso no es culpa mía!, gritó el primero. Su compañero le respondió igual de convencido: –¡Pues mía tampoco! ¿Habían perdido un tren o una maleta? Lo que estaba claro era que ninguno de los dos quería asumir la culpa.

Cuando discutimos, por lo general cada uno se esfuerza en probar su inocencia. Como máximo reconocemos que nos hemos equivocado, que faltó comunicación, e incluso que no comprendimos, pero muy difícilmente reconocemos haber actuado mal.

Este empeño en no querer tener la culpa muestra que en lo más profundo de mí se halla el deseo de ser justo a los ojos de los demás. Pero, ¿qué piensa Dios de eso? Debo, pues, detenerme y examinar mis faltas, el mal que he cometido y que sigo cometiendo.
 
¿Qué sucederá conmigo cuando toda mi vida sea considerada ante la luz de Dios? ¿Podré protestar ante la realidad de todos mis actos puestos al desnudo?
 
 Es urgente que me ponga en regla con Dios respecto a mis faltas.

El único camino para ello es escuchar lo que Dios me dice. Él afirma que Jesús murió para arreglar el tema del mal. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

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