Tomad… la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. Efesios 6:17
Durante la Segunda Guerra
Mundial, los saqueos y las deportaciones de hombres, mujeres y niños eran
numerosos. A finales del verano del año 1944, un cristiano francés, padre de
tres hijos y conductor de locomotora, fue detenido en su domicilio por los
nazis, quienes se lo llevaron para someterlo a un interrogatorio. En el momento
en que dejaba su hogar, le preguntaron:
–¿Posee un arma?
–¡Sí, mi Biblia!,
respondió él. Y le permitieron llevarla. Si para los soldados esta «arma»
parecía no tener valor alguno, para él tenía un valor incomparable. Días después
fue fusilado. Su alma fue junto a su Salvador; su cuerpo fue identificado
gracias a la Biblia que estaba en el bolsillo de su chaqueta.
La Palabra de
Dios, por todo lo que contiene en cuanto a seguridad, promesas y palabras de
ánimo, fue para él, sin lugar a duda, el vínculo concreto y permanente con Dios
hasta el fin, dándole paz en medio de escenas de violencia.
Y nosotros, cristianos, ¿consideramos la Biblia como el arma que Dios nos deja para nuestra travesía por la tierra? Podemos emplear continuamente la Palabra de Dios como una lámpara cuya luz alumbra nuestro camino (Salmo 119:105).
Pero la Biblia
también es nuestra arma. Los peligros a los que debemos enfrentarnos son grandes
y los adversarios de la fe son fuertes; así, pues, Dios nos da, a través de
ella, los recursos para afrontarlos (Efesios 6:10-18).
Gracias a ella podemos
resistir al diablo, y él huirá de nosotros (Santiago 4:7).
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