El
crecimiento y el desarrollo del niño Jesús era probablemente un motivo de
admiración constante para sus padres, José y María. “El niño crecía y se
fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él… estaba
sujeto a ellos” (Lucas 2:40, 51).
Incluso cuando ellos no comprendían el sentido
de lo que Jesús decía, su madre guardaba en su corazón todo lo que le concernía
y meditaba en ello con gozo. Nosotros también podemos contemplar con admiración,
al leer los evangelios, a Aquel que, nacido de mujer, era y es Dios manifestado
en carne, en toda la perfección de su humanidad, santo y sin mancha.¡Qué diferencia con nuestros hijos, tan parecidos a nosotros! Su naturaleza, marcada desde el nacimiento por el pecado, muestra rápidamente la voluntad propia, pese a la belleza y frescura de la infancia. Entonces, ¿en qué puede este modelo único de la infancia de Jesús, el Hijo de Dios, animar y estimular a los padres cristianos? Si Jesús comenzó y continuó su camino en la tierra de manera perfecta, no era para condenarnos a nosotros, hombres pecadores. No, él fue hasta morir en una cruz para salvarnos, para borrar nuestros pecados y darnos su propia vida.
Una de las maravillas de su gracia es que, si bien es cierto que nadie puede imitar su vida perfecta, hace más de 2.000 años Jesús abrió un camino nuevo y vivo por el cual cada uno es invitado a entrar y a seguirle desde la infancia (véase Hebreos 10:19-22).
(... continuará)
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