miércoles, 10 de septiembre de 2014

Los cielos abiertos



 
Buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Colosenses 3:1
Puestos los ojos en Jesús… el cual… se sentó a la diestra del trono de Dios. Hebreos 12:2-3

Entonces Jesús vino… a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” (Mateo 3:13-14)

El Hijo de Dios tomó lugar en medio de los pecadores arrepentidos. ¡Había venido por ellos! “Los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:16-17)
¡Qué grandiosa escena! El cielo se abrió, el Espíritu descendió sobre Jesús y el Padre proclamó la grandeza de aquel a quien no se debía confundir con los que le rodeaban.
Esteban compareció ante un tribunal hostil, pero “puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (Hechos 7:55-56). 
Para ese mártir, que en unos momentos sería lapidado, ¡qué maravilloso consuelo ver a Jesús en el cielo, listo para recibirle! En los dos casos los cielos se abrieron para hacer resaltar la gloria de Jesucristo.
Nosotros también estamos invitados a ver por la fe la gloria de nuestro Señor Jesucristo en el cielo. Esta contemplación producirá efectos positivos en nuestra vida y en nuestro testimonio: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18).

FUENTE: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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