Reflexiones al pie de un hormiguero
A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el
seno del Padre, él le ha dado a conocer. Juan 1:1, 14, 18
Un naturalista reconocía perfectamente la huella del Creador
en todo lo que descubría a través de su microscopio, pero había algo que no
se explicaba: ¿Cómo pudo Dios, el creador de todas las maravillas del
universo, darse a conocer a la humanidad?
Un día, cuando caminaba por el campo, se detuvo al pie de un hormiguero. Cada
vez que su sombra cubría la multitud de hormigas, éstas se mostraban muy
agitadas. «Si estas hormigas supiesen cuánto me intereso en ellas, pensó,
dejarían de atormentarse debido a mi presencia».
El naturalista, siguiendo con sus reflexiones, se preguntó
si algún día el hombre podría comunicar con las hormigas. Y llegó a la
conclusión de que no era posible, pues, para hacerlo, el hombre tendría que
volverse una hormiga. De repente le surgió una idea: «Eso fue lo que sucedió
con nosotros. ¡El Dios que creó este mundo debía hacerse hombre para que los
hombres pudieran conocerlo y saber cuáles son sus sentimientos y
pensamientos!».
En efecto, Dios se hizo hombre. Jesucristo, el Hijo de Dios,
tomó nuestra condición para traducir en nuestro lenguaje lo que de otra
manera no se hubiese podido comunicar. “El que me ha visto a mí, ha visto al
Padre” (Juan 14:9). “Ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien
el Hijo lo quiera revelar” (Mateo 11:27).
Sus palabras y su conducta revelaron perfectamente a Dios a los hombres, para que lo conociesen a Él, el único verdadero Dios, y a Aquel a quien envió, Jesucristo (Juan 17:3).
FUENTE: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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sábado, 13 de septiembre de 2014
Reflexiones al pie de un hormiguero
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