Teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es
muchísimo mejor.
Sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se
deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en
los cielos. 2 Corintios 5:1
Jesús prometió que vendría a
buscar a los creyentes, es decir, a los que depositaron su confianza en él. Por
eso los creyentes deseamos su venida. La Biblia nos habla del cielo y de los que
viven en él, como si quisiese familiarizarnos con el lugar donde vamos a entrar.
Una persona que va a cambiar de país se informa sobre el nuevo país y sobre lo
que encontrará allá: costumbres, idioma, paisajes, habitantes…
Estamos a
punto de llegar al cielo. La Biblia nos habla de la casa del Padre (Juan 14:2)
donde hay un lugar preparado, donde el Padre y el Hijo viven, lugar en el cual
la felicidad no tiene fin.
Tenemos la seguridad de que estaremos con Jesús y
seremos semejantes a él. Esto es incomprensible para nuestra inteligencia
limitada, pero, con la confianza de la fe, nos aferramos a las promesas de Dios.
Él desea tenernos a su lado, ¡qué perspectiva!
Cristianos, vivimos en un
mundo que pasa (1 Juan 2:17). ¿Esperamos el momento en que veremos al Señor?
“Nosotros también gemimos” esperando “la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8:23).
Pronto, lo mortal será “absorbido por la vida” (2 Corintios 5:4), una
vida con el Señor, sin sombra alguna.
Si pasamos por la muerte es para ir a
nuestro verdadero país, nuestra casa celestial. Al pensar en esto el apóstol
Pablo se alegraba de “partir”. Para él la muerte era una ganancia. Mientras
esperaba, se esforzaba ardientemente en agradar a Dios.
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