El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia. Proverbios 28:13
Si confesamos nuestros pecados, él (Dios) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. 1 Juan 1:9
Sonia llevó su ropa sucia al río, en donde sus vecinas también estaban lavando.
Pero le avergonzaba tanto que las otras mujeres vieran sus prendas sucias, que se conformó con zambullir varias veces su cesta llena de ropa, sin lavarla realmente, antes de regresar a su casa.
Muchas veces actuamos como Sonia. Nos cuesta «sacar la ropa sucia», es decir, reconocer nuestras faltas ante Dios y ante nuestros hermanos. Sin embargo, el único medio para ser liberados de esas faltas que nos cargan y nos esclavizan es contárselas a Dios, sin esconder nada, y luego abandonarlas.
A veces no nos importaría admitir nuestra culpabilidad en general, sin entrar en detalles, pero esa no es la confesión de la que habla la Biblia.
Concreticemos: cada vez que seamos conscientes de una falta, confesémosla cuanto antes a Dios, volviendo mentalmente a la cruz donde el Señor Jesús sufrió por nuestros pecados, por mis pecados. Porque sólo la sangre de Jesucristo nos purifica de una mala conciencia.
Pero, ¿dónde podemos hallar la fuerza para reconocer nuestras faltas?
Depositando nuestra confianza en Dios; su amor es tan grande que nos perdonará tan pronto como le confesemos nuestro mal.
Si cuidamos de nuestra conciencia y reconocemos nuestras faltas cuando alguien nos las señala, seremos libres y lúcidos.
Por ello, nunca busquemos la base de nuestra justicia en nosotros mismos, sino únicamente en Dios.
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Fuente: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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