Al Señor cantaré en mi vida; a mi Dios cantaré salmos mientras viva. Salmo 104:33
Las últimas etapas de la vida a veces son las más duras. Este parecía ser el caso de nuestro amigo Carlos, de 94 años, quien acababa de perder a su esposa, la cual lo había acompañado durante 70 años. ¡Qué dolor!
Además de la soledad, pronto debió afrontar la enfermedad: una pleuresía y luego un edema pulmonar. Tuvo que ser hospitalizado urgentemente, estar bajo cuidados intensivos y quedarse en observación médica durante un tiempo.
Debido a su edad, el médico se preguntaba si su memoria habría sido afectada. Por eso llamó a una psicóloga; ésta le hizo diversas preguntas, primero unas fáciles y luego más difíciles. Muy lúcido, el anciano pasó la prueba. Después la psicóloga le pidió que escribiese una frase.
Nuestro amigo se concentró y escribió: ¡Gloria a Dios, nuestro Padre! La psicóloga tomó la hoja y, sorprendida, exclamó: ¡Ah…! Aunque la soledad se haga sentir y la enfermedad vaya destruyendo poco a poco, si los años carcomen las capacidades, el deseo profundo del cristiano siempre está ahí: ¡Dar gloria a Dios! Para el creyente es un testimonio poderoso y un descanso aceptar su partida a fin de ir al Señor, rindiéndole honor y alabanza.
Por medio de Jesús, en la cruz del Calvario, Dios fue perfecta y definitivamente glorificado. Así, pese a nuestro cansancio, a nuestra tristeza, podemos decir: “Cantad la gloria de su nombre; poned gloria en su alabanza” (Salmo 66:2).
FUENTE: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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