lunes, 25 de marzo de 2013

“Me aborrezco”

De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza. Job 42:5-6
¡Miserable de mí! ¿quién me librará…? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Romanos 7:24-25
 
¿Quién pudo expresarse así? ¿Un hombre especialmente malo? No, un hombre “perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:1).
Fue Job. La Biblia nos habla de ese creyente que vivió en tiempos muy antiguos. ¿Entonces por qué se aborrece? ¿Cometió un grave error? No, sencillamente comprendió algo de la grandeza de Dios, por ello su conciencia fue alcanzada y su forma de ver transformada.

Ocurre lo mismo con todo hombre que recibe la Palabra de Dios; el Espíritu Santo le hace entender que el mal vive en lo más profundo de él. Sus malas acciones son sencillamente la fiel imagen del mal que vive en él. No necesita una reforma exterior, sino un cambio en lo profundo de su ser. Parezco amable a los demás, pero el Espíritu me hace sentir el pecado en mí como una tenaz oposición a Dios. Ya no puedo confiar en mi buena moralidad o en las felicitaciones de los demás. Me doy cuenta de que muy a menudo mi vida está marcada por la hipocresía, el egoísmo, el orgullo… Al igual que Job, debo decir que me aborrezco.

Pero esta convicción no produce desesperación, pues proviene de Dios, quien me conoce perfectamente y es amor. En medio de mi miseria, me alumbra una luz que me muestra el poder del Evangelio y el valor del perdón de Dios. Cristo murió por el mal que cometí, pero también por el mal que está en mí. Entonces, si bien me aborrezco, al mismo tiempo siento el gozo y la confianza en el Señor. Le pertenezco y él es mi vida.


FUENTE: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
 

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