Cuando ellos subieron en la barca, se calmó el viento. Entonces los que estaban en la barca… le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios. Mateo 14:32-33
Dos veces Dios mismo declaró con respecto a Jesús: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17; 17:5).
Y Jesús decía: “Padre”, dirigiéndose a Dios.
Nadie debe pensar que la expresión “Hijo de Dios” se refiere al hijo de un hombre y de una mujer. Un pensamiento así sería irrespetuoso hacia Dios el Creador. La palabra “hijo” debe entenderse en el sentido espiritual, porque “Dios es espíritu”. Decir que Jesús es el Hijo de Dios significa, pues, que vino de Dios (Juan 13:3) y que tiene la naturaleza de Dios, como también su autoridad y sus derechos.
“Dios envió a su Hijo unigénito al mundo” (1 Juan 4:9).
Jesús es eternamente el Hijo unigénito de Dios. Cuando Jesús vino a la tierra, Dios le preparó un cuerpo (Hebreos 10:5) para que fuese un hombre como nosotros, pero sin pecado. El ángel Gabriel dijo a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lucas 1:35).
Como nuestra mente humana es limitada, no alcanzamos a comprender lo infinito de la expresión “Hijo de Dios”. Pero podemos recibir en nuestro corazón confiadamente, por la fe, lo que Dios dice respecto a Cristo. En presencia de ese misterio, iluminados por Dios, los discípulos de Jesús exclamaron: “Eres Hijo de Dios”, y al pie de la cruz el oficial romano tuvo que decir: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Marcos 15:39).
FUENTE: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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