Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Isaías 53:5
Conocí a un joven de cultura judía que aceptó a Jesús cuando se dio cuenta de que la venida y la vida de Jesús estaban anunciadas en la Biblia.
FUENTE: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
Existen más de 300 profecías en el Antiguo Testamento que hacen referencia a Jesús. Citemos, por ejemplo, el lugar de su nacimiento (Miqueas 5:2), su nacimiento virginal (Isaías 7:14), su entrada triunfal en Jerusalén (Zacarías 9:9), su muerte mediante crucifixión (Salmo 22:16), su entierro en la tumba de un hombre rico (Isaías 53:9), su resurrección (Salmo 16:10-11).
El mismo Jesús, antes como después de su resurrección, explicó el sentido de su misión refiriéndose a pasajes del Antiguo Testamento concernientes a él. Por ejemplo, dijo a dos de sus discípulos que iban a Emaús: “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lucas 24:25-27).
La profunda razón de su muerte fue dada varios siglos antes: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas el Señor cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6).
Cada uno de nosotros seguía su propio camino de independencia, pero Dios castigó a Jesús en nuestro lugar para que fuese nuestro Salvador. “De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hechos 10:43).
FUENTE: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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