viernes, 12 de abril de 2013

Convertirse

Mirad a mí, y sed salvos. Isaías 45:22
Cristo… por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. 2 Corintios 5:15
 

A menudo nos cuesta mucho reconocer nuestras faltas hacia los demás, cuando surgen desacuerdos o conflictos; sin embargo esto es necesario para volver a tener una buena relación con los que nos rodean.
Pues bien, ocurre lo mismo en nuestra relación con Dios. Es indispensable reconocer nuestras faltas, nuestra tendencia a hacer el mal, nuestros malos pensamientos, nuestras mentiras y malas acciones. La Palabra de Dios, hace una constatación irrefutable respecto a ese tema: “Engañoso es el corazón… y perverso” (Jeremías 17:9).

 Mis pecados me impiden estar en regla con el Dios santo y acercarme a él. Si tomo conciencia de ello, sentiré la necesidad de ser purificado de lo que me mancha interiormente. En ese momento el valor del sacrificio de Cristo en la cruz tomará toda su importancia en mi vida.

Jesús cumplió la obra que permite a cada uno de nosotros ser reconciliado con Dios, mediante la fe en él. Es frecuente oír hablar de la conversión de alguien a tal o cual religión. Pero, ¿qué significa convertirse al cristianismo? ¿Es adherirse a una tradición, a una cultura o a un conjunto de dogmas? No, sencillamente se trata de aceptar a Jesucristo como Salvador, porque sin él permaneceríamos perdidos, lejos de Dios.

Aquel que nos “llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9) pasa a ser entonces nuestro Señor, quien dirige nuestra vida y a la vez es la fuente y el objetivo de ella.

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