Echarse en sus brazos
En el camino montañoso por donde paseo con mi nieta, hay una gran roca que invita a ser escalada. Teresa sube rápido, pero el problema es bajar. «Salta, cariño». Duda un momento y luego cae en mis brazos.
La fe nos aleja de nosotros mismos, consiste en un acto de abandono. Abandonarse es desligarse de uno mismo, dejar lo conocido por lo desconocido, renunciar a calcular y a prevenir todo. Es entrar en conflicto con la sabiduría humana y preferir, en vez de ésta, “lo insensato de Dios”, de lo cual habla el apóstol Pablo (1 Corintios 1:25).
Finalmente, cuando se trata de Dios, del alma y de la vida eterna, debemos abandonar el ámbito de la razón, ese campo donde todo se prueba, donde las leyes humanas son las que rigen, para llevarnos a la esfera de la fe, es decir, para depositar una plena confianza en Dios, en lo que dice y lo que hizo por medio de la obra de su Hijo en la cruz.
No confundamos la fe con el apego a ciertas formas de la religión. La fe victoriosa, la fe que salva, no es un conjunto de conocimientos, sino una fe total en Jesucristo, es un acto de total abandono de nuestra vida a Cristo.
Toda la bondad de Dios estará con usted para dar ese paso. Así usted entrará en el universo de los pensamientos y de la gloria de Dios. Ya desde hoy, en la tierra, verá sus promesas cumplidas: socorro, gozo y paz.
“El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos” (Deuteronomio 33:27).
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