No hago el bien que quiero, sino el mal que no
quiero, eso hago… ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?
Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro.
Romanos 7:19, 24-25
A veces se cree que el cristianismo
es un conjunto de reglas que se deben respetar para mejorar a los individuos y
elevar el nivel moral de las familias y de la sociedad en general. «Escuche la
enseñanza de Cristo y mejorará», se oye decir.
Desgraciadamente el hombre, por sí mismo, es incapaz de aplicar diariamente esos preceptos perfectos. Todos los que lo intentaron llegaron a esta desalentadora conclusión: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:19).
Es necesario renunciar a tratar de mejorarse
por sus propios esfuerzos.
Quizás esta afirmación nos parezca muy pesimista y exagerada, sin embargo es lo que la Biblia dice, y el que la escucha encuentra el camino de la liberación. La Biblia declara que todo hombre, por naturaleza, peca (Romanos 7:17).
Dios no
soporta ni mejora esta naturaleza de pecado, sino que la condena, como lo
precisa el apóstol Pablo: “Dios… condenó al pecado en la carne” (Romanos 8:3).
Cuando Jesús tomó nuestro lugar bajo el juicio divino en la cruz del Calvario,
fue tratado como nuestra naturaleza perdida lo merecía. Pero Jesús triunfó
sobre la muerte. Y como consecuencia de su muerte y resurrección, Cristo
comunica una nueva vida a los que lo aceptan.
En esa nueva vida, con la ayuda del Espíritu Santo, puedo hacer lo que agrada a
Dios y al mismo tiempo tener por muerta esa mala naturaleza que en otro tiempo
me gobernaba (Efesios 2:10; Romanos 6:11).
¡Ahí está la victoria de la fe!
FUENTE: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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