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Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Mateo 5:6
¿Pronunciáis en verdad
justicia? ¿Juzgáis rectamente, hijos de los hombres?… Ciertamente hay Dios que
juzga en la tierra.
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El
hambre y la sed de justicia de los que habla Jesús no pueden ser saciados hoy.
A pesar de sus esfuerzos, los hombres son incapaces de establecer la justicia.
La injusticia y la falta de rectitud se infiltran y se extienden en todas las
esferas: política, judicial, religiosa, etc., porque están presentes en el
corazón de cada uno de nosotros.
Esta terrible constatación no nos conduce a bajar los brazos, pero nos da más lucidez. Nos muestra la absoluta necesidad de la intervención de Dios.
Al ver lo que sufre la humanidad, en particular por la crueldad de todas las opresiones políticas, sociales y religiosas (Amós 4:1), cuando la vida humana parece no tener ningún valor, el hombre está impulsado a hacerse preguntas esenciales. ¿Verdaderamente la vida tiene tan poco valor? Tales pensamientos de profundo pesimismo se presentan en nuestro espíritu un día u otro. Pero la Biblia hace brillar una salida al final de ese túnel.
El reinado de Jesucristo traerá al mundo esa justicia por la cual todos
suspiran. Entonces él juzgará al mundo con justicia (Salmo 9:8). Pero ahora “se
ha manifestado la justicia de Dios”, y Dios la da a todos los que creen en
Jesucristo: “Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la
redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:21-24).
FUENTE: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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