Vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a
Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la
muerte. Hebreos 2:9
En quien creyendo,
aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso. 1 Pedro 1:8
·
(Lea 2 Reyes11)
El rey Ocozías había muerto. Atalía, su madre, exterminó a todos
los herederos al trono. ¡Fue una crueldad inimaginable: mató a sus nietos por
su ambición!
Pero la valiente Josaba tomó a uno de los hijos del rey, el niño Joás, y lo escondió en el templo, en la “casa de Dios”, para protegerlo. Luego Atalía reinó siete años sobre un pueblo que estaba convencido de que la dinastía real de David había sido totalmente exterminada.
El sacerdote, marido de Josaba, reunió a los jefes del ejército para revelarles
el secreto, coronar al niño y precipitar la condenación de Atalía.
“Les mostró
el hijo del rey” (2 Reyes 11:4).
¡Qué sorpresa para todos esos oficiales cuando
vieron salir del escondite a un rey vivo!
Hace cerca de dos mil años, otro “hijo de David”, el Mesías prometido, murió en
la cruz y fue sepultado. Desde entonces, muchos piensan que Jesús está muerto.
Pero por la fe, la gente de “la casa de Dios”, es decir, los que creen en
Cristo, saben que su rey está vivo, que salió de la tumba y que volvió al
cielo.
¡Hoy la Biblia nos presenta al rey vivo! Pero pronto él se manifestará a todos
en la gloria de su reino, y todos tendrán que arrodillarse ante él (Filipenses2:10-11).
¡Qué terrible juicio para todos los que, como Atalía, organizan su
vida sin él! ¡Pero qué gozo para los que confían en él! “He aquí que viene con
las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron” (Apocalipsis 1:7).
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