La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres. Tito 2:11
Cuando se manifestó la bondad de
Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó. Tito 3:4-5
Desde que Rosa, su mujer, empezó a leer la
Biblia e ir a unas reuniones cristianas, Roberto siempre estaba furioso. Sin
embargo no tenía ninguna queja contra ella, pues cuanto más violento e injusto
era con ella, más dulce y paciente se mostraba ésta. Sólo había un punto en el
que Rosa no cedía: para ella, asistir a una reunión cristiana era una necesidad.
Un día Roberto se enojó terriblemente y le dijo: «Si vuelves a esa reunión de hipócritas, iré a buscarte y te daré un castigo que recordarás toda tu vida». Aunque Rosa sabía que Roberto era un hombre de palabra, no se acobardó y, algunos días más tarde, aprovechó una ausencia de su marido para ir a la reunión de oración.
Roberto regresó a casa más temprano de lo previsto, y al ver que su esposa no estaba, tomó un bastón y se fue al local de reuniones. Pasó una primera puerta y se detuvo ante la segunda. «Alguien está hablando, se dijo, voy a esperar que termine».
Estas fueron
las palabras que escuchó: «Te pedimos, Señor, por el marido de nuestra hermana
Rosa. Sabes que este hombre no es feliz. Te pedimos que le muestres tu gran
amor…». ¡Esto era lo que se hacía en esa «reunión de hipócritas»: se oraba por
él, y con qué fervor!
Entonces salió sigilosamente y regresó a su casa. Cuando Rosa, muy temerosa, llegó a su hogar, vio a Roberto de rodillas. ¡Él también había aceptado al Señor como su Salvador personal!
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