Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la
puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son
los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el
camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. Mateo 7:13-14
Lo que hacen los demás
En
las ciudades a menudo se ven grupos de peatones esperando que el
semáforo cambie a verde para pasar. Pero si alguien pasa en rojo, casi
siempre algunas personas lo siguen. No miran las señales, sino lo que
hacen los demás. En la vida, a menudo ocurre lo mismo. Determinamos
nuestro comportamiento no en función de lo que es justo o verdadero,
sino principalmente en función de lo que hacen los demás.
Un peatón
puede perder la vida por haber pasado en rojo. En el ámbito espiritual y
moral, hacer algo sencillamente porque los demás lo hacen es igual de
peligroso, pues lo que está en juego es nuestro futuro eterno.
El
camino que conduce a Dios no es el camino por donde va la mayoría, el
que reúne todas las opiniones posibles, el que no nos cuestiona. No, el
camino que conduce a Dios es estrecho. Para andar por él tenemos que
arrepentirnos, reconocer nuestras faltas. También es necesario renunciar
a ser el dueño de nuestra vida y confiar únicamente en Dios. Son pocos
los que encuentran este camino, sin embargo es el único que conduce a la
vida.
Jesús abrió ese camino que lleva a Dios. Él mismo es el
camino, la verdad y la vida (Juan 14:6).
Para encontrar a Dios no
tenemos que seguir ciertas reglas, ni hacer como los demás; sólo
necesitamos ir a Jesús humildemente y con fe. Entonces podremos hacer lo
que Dios espera de nosotros, sus hijos: expresar mediante acciones
concretas de bondad y justicia el amor que pone en nosotros mediante su
Espíritu.
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