Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Isaías 53:5
¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Lamentaciones 1:12
Hoy en día los medios
de comunicación presentan cotidianamente al gran público imágenes
horribles de guerras o catástrofes. Pero en vez de motivarnos a ser
compasivos, esta acumulación de imágenes contribuye a embotar nuestra
sensibilidad y capacidad para simpatizar con las desgracias de nuestro
prójimo.
Este fenómeno no es nuevo. Hace aproximadamente dos mil años muchos pasaron ante la cruz de Jesús y sólo manifestaron indiferencia o desprecio. ¡Sin embargo se trataba de algo muy diferente a un suceso o catástrofe natural! Ante los ojos de la humanidad se estaba cometiendo el crimen más grande de todos los tiempos: el Hijo de Dios, que había venido a la tierra a manifestar el amor de Dios, era rechazado y asesinado como un ladrón.
Aunque la crucifixión de Jesús estuvo rodeada de indiferencia, Su amor por todos los hombres, incluso por los que se habían convertido en sus enemigos, lo llevó a dar su vida por ellos, para liberarlos del castigo eterno.
El amor de Jesucristo ¿nos dejará indiferentes? De la respuesta que usted dé a este amor dependen muchas cosas de su vida en esta tierra, y sobre todo su estado en el más allá.
Aún hoy Jesús quiere y “puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (Hebreos 7:25-26).
FUENTE: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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