miércoles, 14 de agosto de 2013

El águila y la víbora

Exhortaos los unos a los otros cada día… para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Hebreos 3:13
Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor. Efesios 5:15, 17


El águila y la víbora

Un amigo que vive en la montaña me contó que una clara mañana de verano estaba observando a una joven águila real posada sobre una roca cerca de él. De repente el ave desplegó sus alas y comenzó a subir cada vez más alto haciendo un majestuoso movimiento. Pronto sólo se veía un puntito negro.
Pero de repente empezó a bajar haciendo movimientos desordenados, con las alas medio desplegadas, y cayó al suelo a unos metros de él. Después de haberla examinado, descubrió una pequeña víbora bien agarrada al pecho del águila. Mientras el águila descansaba sobre la roca, la víbora se había acurrucado bajo el calor de sus alas y luego la picó en pleno vuelo.

A nosotros también, amigos creyentes, el pecado bajo sus diferentes formas puede mordernos: mentira, maledicencia, egoísmo, deshonestidad… El pecado no puede quitarnos la nueva vida que tenemos en Cristo, pero sí puede arruinar nuestro vuelo y dañar nuestra comunión con Dios.

Vigilemos y pidamos al Señor que nos muestre en qué corremos el peligro de entristecerle. Si somos conscientes de haber cometido una falta, confesémosela inmediatamente; él nos ayudará a abandonarla. Así podremos vivir de una manera que le agrade.

 No nos conformemos con evitar el mal, sino que nuestra felicidad consista en buscar y hacer el bien por amor a Dios y a nuestro prójimo.

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